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El documental ‘España, la primera globalización’ reúne a numerosos historiadores para desmontar la leyenda negra y defender la etapa de gloria de España. Lo hacen con pocos matices, frontalmente, con algún exceso patriotero
EL PAÍS
RICARDO DE QUEROL
29 SEPT 2023 - 05:15 CEST
La llamada leyenda negra tenía mucho de propaganda política, claro que sí. A los países que en el siglo XVI rivalizaban con el imperio español, y a los que surgieron como potencias después, les interesaba denigrar la imagen de este. Eso no significa que el reino de los Reyes Católicos y los Austrias no les diera motivos para ello. Cuestionar la leyenda negra no debería llevarnos a construir la leyenda blanca. Pueden rebatirse los estereotipos separando el grano de la paja, lo falso de lo verdadero, y buscando los matices en lo que no es blanco ni negro. No es el caso del documental España, la primera globalización: El camino español, que emitió La 2 y está disponible en RTVE Play y en Filmin. Aquí lo que domina es ese discurso que hizo muy popular Elvira Roca Barea en su libro Imperiofobia y leyenda negra: el elogio del imperialismo y cierto fervor patriótico, a contracorriente de la revisión crítica de la historia que impone la sensibilidad de hoy. Un discurso de gran éxito editorial y mediático, que apareció en oportuna coincidencia con un resurgir del nacionalismo español a raíz del procés catalán.
La autora de Imperiofobia, obra superventas pero muy discutida por otros expertos, es una de las protagonistas principales, casi el hilo conductor, del documental coproducido por RTVE, que se estrenó en cines en 2021 y que dirigió José Luis López-Linares (quien prepara ahora otro del mismo tipo: Hispanoamérica). Pero Roca Barea no está sola: es numeroso el grupo de historiadores que se apunta a la tesis de que un relato mentiroso y antiespañol, fabricado por las potencias protestantes contra la mayor de las católicas, hizo fortuna injustamente, fue continuado por los hispanistas anglosajones modernos, llega hasta hoy y explica la falta de conciencia nacional de este país. Esta corriente fue llamada Imperiofilia por José Luis Villacañas en su réplica a Imperiofobia. Otros nombres que desfilan por España, la primera globalización son los de Carmen Iglesias, Stanley G. Payne, Jaime Contreras, Miguel Ángel Ladero Quesada, Carlos Martínez Shaw o Gijs van der Ham, y hasta asoma Alfonso Guerra, todos en la misma línea. El más dado a la hipérbole es el filósofo Pedro Insua: “Surge España y se viene abajo el mundo antiguo. Es el inicio de la revolución científica”, dice sobre el reinado de Isabel y Fernando. El Renacimiento no tuvo nada que ver.
La mayor parte del documental se centra en cómo gestionó el Reino ese imperio en el que no se ponía el sol, de Filipinas (que se presenta como el primer gran foco de comercio de Asia-Pacífico) a la América española pasando por Flandes, del siglo XVI al XVIII (el decadente XIX desentonaría con el relato). La corona española no cometió genocidios, se dice una y otra vez, ni siquiera puede calificarse lo que hacía de colonialismo, sino que expandió la civilización, abrazó el mestizaje y reconoció la ciudadanía de los indígenas. Son reivindicados los misioneros y humanistas de aquella época, claro, pero también nombres que hoy miramos mal, como Hernán Cortés, de quien se dice que liberó a unos indios oprimidos por otros (los sádicos aztecas, su leyenda también es negra). Fueron los pueblos de lo que hoy es México los que abrazaron a los enviados de la corona hispánica.
Lo malo del filme no es tanto lo que se cuenta (no son indocumentados los que salen) sino su sesgo nada disimulado, su afán adoctrinador, su adhesión a la nostalgia del imperio. Y, sobre todo, lo que no cuenta. De las matanzas, solo parecen interesar las que puede desmentir o relativizar, cuando habría muchas que comentar. Por la esclavitud se pasa muy de puntillas, cuando no se abolió (para los negros en Cuba) hasta 1886. Chirría el empeño en defender lo indefendible, lo más represivo de aquel mundo: el fanatismo religioso. Tres ejemplos: la expulsión de los judíos no fue tan traumática porque, se afirma, solo tuvieron que irse un tercio de los 300.000 que había; los demás se convirtieron (alguno llega a decir que lo venían haciendo “de forma espontánea”). Ni palabra del arraigado antisemitismo, del acoso previo a esa comunidad, ni de la caza de “marranos”, o falsos conversos, desatada después. Dos: la toma de Granada, y la posterior expulsión de los moriscos, se justifica en que había que frenar al islam que se expandía en el Mediterráneo con el imperialismo otomano (ese sí era temible); a ellos (otros 300.000) nos les valía convertirse para evitar el destierro. Y tres: llega a decirse, ay, que la Inquisición no mató tanto (“solo” se dictaron unas 1.500 condenas a la hoguera y no todas se ejecutaron), y que era un sistema “garantista” para los reos, no como las cazas de brujas en otros lugares. Llegamos a escuchar que Torquemada no era tan cruel si lo comparas con Calvino, que aún tiene una gran estatua en su honor en Ginebra. Lutero, por cierto, también es zarandeado aquí.
Ahí está la trampa: en el “y tú más”. Destacar que los imperios inglés u holandés cometieron sus propias atrocidades, subrayar que también hubo intolerancia en el mundo protestante, no justifica nada de lo peor que hicieron los más poderosos de nuestros antepasados. De hecho, hoy son historiadores del mundo anglosajón los que están construyendo una mirada muy crítica sobre el bagaje de sus propias sociedades; de eso sobre España no hay el menor rastro en este documental.
Resulta irritante la sucesión de voces con el mismo discurso y rehuyendo la complejidad (al menos en los cortes elegidos para el programa; de algunos expertos uno esperaría análisis más finos). Que la leyenda negra fuera propaganda no convierte en mentira todo lo que cuenta, salvo que se caiga en la propaganda en sentido inverso. Podría haber resultado más digerible la narración si hubiera dado voz a pensadores que aportaran otras visiones. Pero al director solo le importa reforzar la tesis con la pasión del forofo.
La historia de la humanidad está impregnada de crueldad, de explotación, de masacres, de expolios, de intolerancia, de machismo y de racismo. No es un exceso de la cultura woke señalar que no se explica nuestro pasado ocultando todo ese lastre. No se trata de juzgar el pasado con ojos de hoy; se trata de entenderlo entero. Lo otro es una historia que solo mira a un lado. Historia tuerta.