viernes, 7 de julio de 2023

‘La civilización feminista’: la lección fallida de filosofía y género de Amelia Valcárcel

 

Primera marcha trans por la calle de Sevilla. junio 2023. JOAQUÍN CORCHERO (EUROPA PRESS)

Amelia Valcárcel firma un texto militante que aprovecha materiales ya publicados para subrayar la superioridad dialéctica del feminismo respecto al movimiento trans

EL PAÍS
Anna Caballé
07 jul 2023 - 05:30 CEST

Ahora mismo hay un tema verdaderamente neurálgico en el debate intelectual —cada tiempo tiene los suyos— y es el feminismo y su enfrentamiento con la corriente queer; un debate que ha trascendido a la política, a la vida social y a las leyes adquiriendo una virulencia y una agresividad dialéctica yo creo que desconocida hasta ahora en el mundo de las ideas. Amelia Valcárcel, filósofa, reconocida feminista, mentora de los cuadros dirigentes del PSOE durante años y una mujer que está soportando en las redes, un día tras otro, un nivel de hostilidad hacia ella descomunal y moralmente intolerable para una persona que, simplemente, defiende su posición ideológica, ha publicado un libro, La civilización feminista, uno más en su larga trayectoria como autora de una sólida obra de pensamiento. El título es más que sugerente, porque considerar el movimiento feminista no ya una teoría política sino una posible civilización en sí misma, un estadio característico en la evolución del mundo occidental, pudiendo justificar su proceso embriogénico a lo largo de los años y de los siglos, me parece un hallazgo, un salto audaz de la mente que permitiría, en caso de cristalizar, ir un paso más allá en el debate, superando teóricamente los conflictos del presente.

Ahora bien, formular una propuesta tan ambiciosa requiere asimismo de una voluntad y una dedicación a la altura de la misma y este es el principal problema del libro, falto de coherencia interna en la medida en que se aprovechan materiales ya publicados en libros anteriores (Sexo y filosofía. Sobre mujer y poder; Ética para un mundo global…) con el propósito de intervenir activamente en la querella feminismo/transfeminismo. Por ello, tan solo una pequeña parte del libro, la última, es de escritura original y esto explica las reiteraciones de conceptos que se observan (el manifiesto de Seneca Falls, por poner un ejemplo, se explica dos veces) y la escasa secuenciación filosófica (se habla primero de la posmodernidad y capítulos después del relativismo, otro ejemplo). Todo ello podría no ser un problema, con una mejor disposición estructural y, sobre todo, con una advertencia al lector explicándole dónde y en qué radican las aportaciones de este libro respecto de los anteriores, porque partes del mismo fueron escritas en los años noventa y ni siquiera se ha corregido el anacronismo que supone decir que han pasado treinta años desde los años sesenta del pasado siglo, cuando es obvio que han transcurrido nada menos que treinta más.

Tampoco parece apropiado que Valcárcel trate a Concepción Arenal de la forma en que lo hace, acudiendo a una anécdota falsa: la escena que imagina a una Arenal universitaria entrando oficialmente en un aula con vigilancia no ocurriría en 1850 (única fecha comprobada de su asistencia a las clases de medicina forense) sino en 1874, con las primeras universitarias españolas —Dolors Aleu y Helena Maseras—, ellas sí, matriculadas oficialmente en la Universidad de Barcelona que, para aceptarlas, generó un dispositivo de protección y al mismo tiempo de aislamiento del nuevo alumnado femenino en relación a sus colegas masculinos. Pero es que lo importante de Arenal no es que acudiera con pantalones a las aulas universitarias (ella se veía a sí misma como un ser andrógino mucho antes de esa fecha: es decir, el uso de los pantalones fue anterior, no una indumentaria coercitiva a la que se vio obligada). Lo que duele más es que en ningún momento se considere a Arenal por lo que merece, ser una pensadora fundamental en esa aportación ética y civilizatoria del feminismo, pues toda su obra estuvo encaminada en esta pionera dirección. Ni una referencia a sus libros. Una anécdota del pasado vale, en primer lugar, si es o puede serlo y si permite organizar mejor el conocimiento histórico.

Probablemente esa falta de articulación de una idea en un razonamiento es debida a que el objetivo del libro no es argumentar intelectualmente el saber/poder civilizatorio del feminismo sino exponer la superioridad dialéctica del feminismo en relación al movimiento trans. Y en ello se centra la autora en las últimas 100 páginas del libro al referirse a la agenda sobrevenida y a sus “precipitados laterales”. Son páginas escritas con convicción, desde una posición férreamente militante, pero cuyo estilo y, de nuevo, argumentación resulta demasiado concluyente y a menudo el razonamiento es difícil de seguir: en una doble página (172-173) podemos leer sobre Freud, el irracionalismo romántico, Edward O. Wilson, Desmond Morris, la ontología y la sociobiología. O bien, en otra, sobre Hans Küng, el Foro de Davos, la Segunda Guerra Mundial, Francis Fukuyama y Samuel Huntington (74-75). La estructuración de la bibliografía es un ejemplo del desconcierto al que me refiero. En resumen, tenemos la impresión de estar en una clase, bien sentaditos, donde la maestra nos da una lección de filosofía a base de frases concluyentes que no requieren ser argumentadas, basta con aceptarlas por la voz autorizada de quien las dice. Me quedo con el potencial del libro, con la apuesta de estar en los albores de una nueva civilización feminista, capaz de impulsar un sistema de relaciones de poder y de organización social más justo. En cuanto al “comportamiento” de los sexos, no soy quién para decidir cómo deben hacerlo y diría que la autora del libro tampoco. A mí me basta con el respeto.