lunes, 4 de enero de 2021

Isabel Burdiel: “Tenemos más historia que la Guerra Civil y el franquismo”

 En la entrevista, Isabel Burdiel (Badajoz, 63 años), historiadora, autora de dos biografías que retratan España, la de Isabel II y la de Emilia Pardo Bazán, toma té, parte de su herencia anglosajona. Estudió en Irlanda, en Inglaterra, en Estados Unidos, “y como allí no había café, ahora me gusta más el té”. Un factor más importante: heredó de ese largo viaje de estudios su respeto por la opinión de los otros, cuya carencia es una de las heridas más graves del pensamiento y la historia de España. Habla por Internet desde Valencia, donde es catedrática de Historia en su universidad. En mayo se abrirá en la Biblioteca Nacional una exposición comisariada por ella sobre la figura poliédrica de Emilia Pardo Bazán, fallecida hace cien años.

Pregunta. En su último artículo rinde homenaje a Santos Juliá: “Restituir la memoria de Emilia Pardo Bazán, una de las grandes escritoras de su generación, parece que puede ser la mejor manera, no de olvidar (como escribió en su momento Santos Juliá) aquellos años violentos, que no agotan nuestra historia contemporánea, que no pueden constituirse en su referente primordial”. Curioso que este año que ha terminado tenga como símbolo final a doña Emilia y su Pazo de Meirás que fue usurpado por el dictador.

Respuesta. El recuerdo de Santos Juliá y su magisterio son para mí muy importantes para establecer las relaciones entre historia y memoria. Creo que Juliá es, probablemente, quien de manera más objetiva y ecuánime ha tratado este tema. Y sobre Pardo Bazán lo que yo quería plantear es que, obviamente, en el nuevo Meirás tendrá que haber referencias a la etapa de Franco. Lo que yo quería decir es que somos más que la Guerra Civil y el franquismo. Tenemos también otra historia y, para mí, hacer memoria no significa hacerla exclusivamente de los años violentos, del franquismo y de la Guerra Civil. Lo interesante que tiene Pardo Bazán es su capacidad para tender puentes entre las dos Españas, para ver el mundo. Es muy importante reivindicar eso ahora. Ella fue una mujer llena de ambivalencias, que me planteaban un problema y me turbaba mientras escribía sobre ella. Hasta que comprendí que, en su caso, se podía ser conservadora y progresista a la vez. Ella podía ser conservadora en algunos aspectos políticos y, sin embargo, si tenemos una noción amplia de lo político, la defensa de los derechos de las mujeres es política también, y en eso ella era realmente radical. Piense en los grandes escritores del XIX: hasta Madame de Staël y Virginia Woolf había una especie de vacío, no hay nadie que exprese una defensa radical de esos derechos. Me interesa su ambivalencia, porque la historia lo es también, no hay una sola corriente.

P. ¿Cuál sería el factor progresista y cuál el conservador de doña Emilia?

R. Era progresista en el sentido de que creía claramente en la libertad de pensamiento, en el libre albedrío. Ella era muy católica, muy individualista, muy singular, y era muy progresista en ese aspecto de los derechos de las mujeres. Sin embargo, de su juventud carlista le quedó una idea de la época, la necesidad de unas élites ejemplares que guiasen al pueblo. Ejemplares siempre. En ese sentido era muy elitista, algo que tiene que ver también con la época.

P. ¿Ha seguido la reciente polémica sobre la llamada lengua vehicular?

R. A veces hay polémicas un poco fabricadas. El tema del español como lengua vehicular procede de la ley que dejó el ministro Wert. Creo que no hubiera sido necesario tocarla, a no ser que con ello se intente contentar a los que nunca serán contentados del todo. Enardecer a la gente con eso es también profundamente peligroso. Crear, por parte de responsables políticos, la crispación presente es crear un monstruo de Frankenstein que se volverá contra ellos, y desgraciadamente se volverá contra los que no creemos en esa crispación.


P. En su artículo hay un cuestionario implícito de los temas que vienen. Por ejemplo, cita usted al padre de Pardo Bazán diciéndole a su hija: “Si te dicen alguna vez que hay cosas que pueden hacer los hombres y las mujeres no, di que es mentira, porque no puede haber morales para los dos sexos”…

R. El padre de Pardo Bazán era un liberal progresista que está hablando con ella en los años cincuenta del siglo XIX, desde una cultura católica progresista. No puede haber dos morales para los dos sexos, ni dos tipos de alma. Las almas no tienen sexo. Y eso es profundamente progresista. Lo que ocurre es que la historia no transcurre de manera lineal hacia algún lugar. Y si ha habido unos logros, éstos no se pueden revertir. El último tercio del siglo XIX pudo haber sido mucho más conservador respecto a las mujeres que la primera mitad de ese siglo. Hubo un retroceso importante. Por eso hablaba de cuál es la memoria que queremos recuperar, cuál es la memoria importante para un proyecto político progresista y de consenso.

P. Y a lo largo del siglo XX mire lo que ocurrió: una dictadura de la que sigue habiendo nostálgicos.

R. Este es el problema. Y es una de las cuestiones que hay que tener en cuenta para no repetirlo. La historia es muy importante. Lo saben muy bien los psicólogos sociales, y los psicoanalistas. No puede servir para agrandar el trauma, para repetirlo una y otra vez… En las guerras yugoslavas la historia estuvo al servicio de la repetición del trauma de los nacionalismos enfrentados. La historia tiene que servir para sanar el trauma y crear otro relato, y es un poco el aliento de lo que yo he hecho con Pardo Bazán, lo que he querido hacer con el siglo XIX, que es la historia que me interesa. Estamos borrando los matices, y esto es letal. La historia, si sirve para algo, es para evitar precisamente eso. Aunque no es muy popular ni da para titulares.

P. ¿Y cómo ve usted, en este la monarquía de los Borbones?

R. Lo que está ocurriendo con Juan Carlos I es sin duda decepcionante. Una manera muy triste, y totalmente innecesaria por su parte, de acabar una trayectoria política fundamental para entender la consolidación de la democracia en España. Si Juan Carlos I no fue en absoluto por detrás de las demandas políticas de la ciudadanía española (como sí lo hicieron algunos de sus antepasados y en concreto Isabel II), sí que lo ha hecho en el fundamental plano simbólico de la institución. Ambas cosas deben distinguirse, aunque están estrechamente relacionadas. Esa relación es el problema a solventar actualmente para los que seguimos apoyando la monarquía en este país.