lunes, 19 de abril de 2021

Ni Largo ni Caballero

 

Andrés Trapiello

"Ayer se celebró el nonagésimo aniversario de la proclamación de la Segunda República y este periódico publicó un excelente reportaje de Lucía Núñez y Carlos Salas. Dieron estos a conocer una entrevista extraviada de Largo Caballero en La Prensa de Nueva York, febrero de 1936. El dirigente socialista anuncia en ella la «Unión de Repúblicas Soviéticas de la Península Ibérica, abarcando toda España y posiblemente Portugal también». La parte enternecedora de aquel propósito es la lírica, ese posiblemente. Claro que la lírica posiblemente no hubiera bastado y habrían tenido que recurrir a la épica: en Portugal gobernaba Oliveira Salazar, un dictador y futuro aliado de Franco.

Por lo demás, en esa entrevista nada que no supiéramos: Franco dio su golpe de Estado el 18 de julio porque Largo Caballero no pudo darlo el 17. Al News Chronicle de Londres había declarado días antes: «La solución para España, un baño de sangre», y «habrá Soviet en España en cuanto caiga Azaña», le había dicho a Edward Knoblaugh, corresponsal de la Associated Press que pasó la entrevista a La Prensa.

Como es natural, Núñez y Salas recaban la opinión de algunos historiadores. De derechas, de centro y de izquierda. En estos asuntos, por querencia y por afición, suele uno empezar con los de izquierda. Paul Preston. Siempre hay que leer a Paul Preston. Es una garantía. Casi nunca defrauda: si puede y le conviene, escamoteará la verdad o la manipulará. Cuántas veces le habremos sorprendido haciendo con los hechos lo que los trileros con la bolita de pan y los tres naipes. ¿Qué dice, qué hace Preston en esta ocasión? Matar al mensajero: «Knoblaugh era de derechas y siempre le interesaba la noticia sensacional más que la verdad exacta. O sea, como mínimo, era bastante frívolo, por no decir descaradamente deshonesto». A continuación, es verdad (volveremos sobre ello), declara Preston que no tiene de «la inteligencia política de Largo Caballero una opinión muy positiva». Es lo que me pasa a mí con Preston. ¿Y qué? ¿Qué tiene que ver la inteligencia con los hechos?

Como tal vez recuerden, hace unos meses el Ayuntamiento de Madrid, de derechas, acordó desmontar el monumento de Largo Caballero. Lo hizo, para más inri, aplicando una ley de Memoria Histórica aprobada por un gobierno de izquierdas. Gran revuelo (duró unos días). 250 historiadores («¿Hubo alguna vez once mil vírgenes?», se preguntaba Jardiel Poncela; ¿hay 250 historiadores?, se preguntará cualquiera) protestaron enérgicamente. Al frente se puso, cómo no, al adalid Paul Preston. Sus declaraciones fueron no ya líricas, no ya épicas; son... dramáticas: «A Largo Caballero se le podría acusar de ser un político incompetente, pero no de ser un asesino». Bien, y si es un político incompetente, ¿por qué se le hizo un monumento (por cierto, tremendo, pavoroso)? ¿Basta con no ser un asesino para tener en Madrid calle o estatua? Es posible, sólo hay que repasar un plano de esta ciudad.

Hace dos o tres años participó uno en un acto sobre la Memoria Histórica con Paco Vázquez, ex alcalde socialista de La Coruña. Contó entonces lo que Tierno Galván, alcalde de Madrid, explicó a los compañeros que exigían desmontar la estatua de Franco tras el 23-F: era una temeridad, pero les resarciría con una de Largo Caballero. Se apaciguaron. A los pocos años desapareció la de Franco, pero la de Largo Caballero, el orondo «Lenin español», siguió en su sitio.

Buena parte de la izquierda, políticos o historiadores, tiende a creer que haber perdido la guerra y haber sufrido el consiguiente exilio exime a los suyos de las responsabilidades políticas, personales o penales en las que hubieran podido incurrir. Y, sí, Largo Caballero fue un incompetente... Por suerte la revolución bolchevique que intentó de todas las maneras no le salió. El baño de sangre le salió mejor, eso sí. De eso, Paul Preston, es de lo que hemos de tratar. No de si el periodista era o no de derechas, no de la inteligencia de Largo Caballero.

A propósito: La Prensa. Núñez y Salas no lo cuentan, quizá no conozcan el dato. Sí lo conocerán los amigos de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí. El hermano de esta, amigo personal de Roosevelt, era el propietario de ese influyente medio en la comunidad hispana neoyorquina. Un periódico que defendió la legalidad republicana. A través de él organizaron el matrimonio Jiménez las colectas pro-niños republicanos. Después se fueron a Puerto Rico. Acabaron en la universidad a las órdenes de Serrano Poncela, implicado en las matanzas de Paracuellos. JRJ. se negó a rendirle pleitesía: «No he llegado hasta aquí para darle la mano a un asesino». Y, créame, Paul Preston, es poco probable que se la hubiera dado a Largo Caballero, «un cretino en traje bananero» (Chaves Nogales) y presidente de gobierno cuando los Jiménez, Chaves o Clara Campoamor tuvieron que huir de la República y de España para salvar sus vidas."